martes, 30 de abril de 2013

El restaurante que sigue de moda: Dime

Hay locales que dan gratas sorpresas. Es el caso de Dime (C/Dr. Fleming 11), un restaurante-club-showroom en el barrio de Sarrià. 
Después de leer la referencia en Gourmet's -el suplemento gastronómico de El Periódico de Catalunya- nos decidimos a probar un local que tildaban como "de moda merecida".

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           Terraza (Foto Restaurante Dime)

Como el comedor interior está a rebosar, cenamos en la terraza -como llueve aún está cubierta y con las estufas encendidas, lo que invade la estancia de luz roja-. Al llegar nos preguntan si queremos tomar algo antes de pedir, pero preferimos ojear la carta, aunque lo primero que llega a la mesa son dos pequeños panecillos de queso, crujientes y sabrosos.

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Panecillos de queso
 Para beber pedimos el albariño Santiago Ruíz, y como no queda nos decantamos por un Agustí Torrello Gran Reserva 2008 (30€). Un cava diferente que hace las delicias de todos aquellos que no son apasionados de los espumosos. Altamente recomendable.

Los entrantes no se hacen esperar. Aunque sea una elección poco original, nunca puedo resistirme a probar las croquetas. Creo que aportan una pista sobre el mimo que el cocinero pone en sus platos. En este caso son de jamón (4u /8€).

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Las croquetas de la 'yayi' (8€)


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De forma esférica regular, cremosas, con un rebozado ligero pero consistente. Con buena cantidad de relleno y un fuerte sabor -y olor- a caldo de carne, que aporta un tono dorado intenso a la bechamel-. Para mí inmejorables.

Otro de los entrantes viene por recomendación del camarero. Dudábamos entre las navajas o las mollejas, y como él nos dice que estas últimas le encantan, le hacemos caso.

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Mollejas de ternera en gastrique de limón y salsifíes (13€)

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Tiernas, en su punto, extremadamente jugosas, una verdadera delicia. Vienen sobre un crujiente de pan, acompañadas por tomates cherry y cebolla, que aportan un toque fresco sin enmascarar el sabor de la carne. El punto curioso lo ponen los salsifíes y el gastrique de limón, una mezcla del zumo del cítrico con azúcar reducidos a fuego suave -habitualmente se hace con vinagre-. Obligatorio problarlas.

Los principales se componen de dos pescados. Como en el caso del vino, esta vez es el chef quien nos informa de que no queda mero, por lo que nos recomienda la dorada salvaje, que viene acompañada de guisantes y espárragos, ambos productos de proximidad. Nos gusta el cambio y aceptamos de buena gana.
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Dorada con espárragos y guisantes (27€)

Extremadamente tierna, con un sabor exquisito, poco manipulada, ya que el pescado debe ser el protagonista, sin ingredientes que enmascaren su sabor.

El otro escogido es el rodaballo. Acomapañado por berberechos, alga wakame y amaranto, un pseudo cereal andino, que a la vista tiene apariencia de huevas de pescado -sabor que le otorga el suquet de galera- con una textura crujiente.

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Rodaballo con berberechos, algo wakame y amaranto en suquet de galeras (27€)

Este pescado gelatinoso tiene un sabor potente que no permite que el resto de ingredientes cobren protagonismo, en este caso, los berberechos aportan la perfección a un plato tan original en sus ingredientes y texturas como sencillo en su respeto por el sabor original de sus componentes. Otra vez más, exquisito.

Como postres: el bizcocho borracho con ron añejo (18 años) acompañado por helado de vainilla.

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Bizcocho borracho (7€)
Sólo apto para los amantes del ron, ya que, aunque su esponjosidad lo hace irresistible, viene realmente impregnado en el licor. El helado -otro de mis predilectos- es una delicia.

Y, la reina de la carta, la Fleming Sacher, su particular versión de la Sacher Tort, el único postre que tiene al chocolate como protagonista, y el más demandado por el resto de comensales.

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Fleming sacher (7€)
Realmente exquisita. El bizcocho esponjoso, la crema de cacao no demasiado intensa, y la capa superior cubierta por sirope. El toque curioso y cautivador es la base, en vez de acabar nuevamente con bizcocho, añaden un crujiente de chocolate como si se hubiese invertido la tarta. Imprescindible pedirla.

Después de acabar el cava nos informan de que en el piso de abajo -el Club Dime- hay música en directo, así que decidimos hacer allí la sobremesa. La gente pide diferentes cocktails o copas de vino. Hay diferentes ambientes, sofás, mesas o la pista frente al escenario, para todos los gustos.

Pedimos dos gintonics, uno de Martin Millers y otro de Bulldog (13€/u). Puede pedirse acompañado de la tónica que se prefiera (el precio no varía), pero lo que más triunfan son los mojitos.

Aún quedan restos de pétalos en el suelo del desfile de la marca EliUrpí, que se ha celebrado hace menos de una hora, y es que el local no es sólo un restaurante con una zona de copas, también es showroom y cuenta con diferentes salas privadas, decoradas con gusto y mimo.

              Lavabos (Foto Restaurante Dime)


Toda una experiencia en tiempos de reinvención. Una apuesta por el diseño y la originalidad en un espacio multifunción visitado por un público variado. Desde gente joven a Joan Laporta -sentando en la mesa de al lado con una de sus jóvenes conquistas y aclamado por varios clientes culés- o grupos de amigos y matrimonios de mediana edad. No cumple con ningún estereotipo.

EL DETALLE
El trato del personal es inmejorable, algo que debería ser habitual pero que no abunda, y menos cuando se trata de un local que desde su apertura está a rebosar. 
Cuando nos informan de que no hay uno de los platos de la carta es el chef el que viene a nuestra mesa, así como después para servirlos, gesto que se agradece. 
Al final de la cena es el encargado quien, mesa por mesa, pregunta si el servicio y la comida han sido de nuestro agrado.

Ventajas
Las diferentes estancias del local lo convierten en perfecto para cualquier ocasión. Poder cenar en la terreza  -perfecto para fumadores- es todo un lujo.
Contar con una zona de copas y música en directo, en una estancia diferente sin tener que moverse es algo que se agradece y que sorprende.
Tienen un menú de mediodía con primero, segundo y postre por 19€.

Inconvenientes
Si hubiese que poner pegas, el tiempo de espera entre platos se nos hizo excesivamente corto, ya que nos gusta cenar con calma -algo que arreglan sin atosigar al terminar los platos. Uno puede terminar el vino y después pedir el postre-.
Igualmente, al terminar la cena y querer pedir las copas el error fue inverso. No había nadie en la sala a quien poder pedir.

La dolorosa supera los 120€ (gintonics a parte), teniendo en cuenta que los pescados se encuentran entre los platos más caros de la carta (27€/u). Pero existen otras opciones más asequibles como las diferentes pastas (18€). Igualmente no es imprescindible ir a cenar, ya que hasta las 03:00 puede tomarse una copa en la parte de abajo, totalmente independiente del restaurante.



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